Signos del Silencio

Nada era todo en ese páramo,
una noción que habita en la memoria,
esa jarra vacía que nos convoca a todos
para beber a sorbos una historia,
sabe usted, le dije lentamente:
-como suelo decir yo cuando digo-
esa tarde en el que el pasto duro,
la naturaleza de la lluvia fría
me bañaba los pies y la mirada.
Yo creí que usted era una bella ave,
o una hoja que se lleva el viento.
Yo no sé lo que era y nunca lo he sabido,
-es que nos faltó soñar sobre la misma almohada.
El caso es que, en una forma de omitir palabras,
recogió en su regazo al gato suave
y sonrió al sentir el gozoso ronroneo,
alejando palabras de su boca.
Los hombres somos parco a veces,
sobre todo cuando el temor nos acorrala.
Será que ese vacío me llama diariamente,
dejándome pensativo junto a un árbol
hasta sentir la lluvia aquí, en mi espalda?
Al volver a mirar por la ventana
-que es como una claraboya en el invierno,
algo como un retrato en sepia del vacío,
como las páginas de un libro distraído-
en tanto que miraba cómo los dias
se marchaban para siempre,
esas mariposas tristes que murieron
y cayeron a mis pies, abandonadas.
Hoy esos recuerdos nimios y feroces
me rondan con un fogozo crepitar
y me amenazan la paz de cualquier día.
En fin: usted sabe que mañana
vuelve a salir el sol para morir de nuevo
tras el horizonte infinito de la tarde,
llevando entre sus manos duras como rocas
el destino impredecible de la vida,
y es lo que toca vivir, es lo implacable,
latidos del tiempo que danza entre la sangre,
los implacables signos del silencio que arden.

Jorge Arturo Ortiz ©



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