Danzas de la memoria

Los recuerdos suelen ser llamaradas
que surgen desde el fondo de la tierra,
volcanes ardientes que nos queman el alma
y nosotros, mortales, no sabemos conjurar los alaridos,
la desgarrada carne que se funde entre el magma
y se convierte en nada,
dejando las vertientes de la vida
escapar por laderas crepitantes,
sin rumbo, sin destino, sin espera.
Danzas de la memoria,
sonidos de los cuerpos que estallan en sudor,
atrapando las luces prohibidas,
la oscuridad de los senos de la tierra,
la violencia de los vientos y tornados,
convirtiendo en movimientos espasmódicos
la única posibilidad de ser de cada célula
y huir de lo terrible en contorsiones,
en convulsos movimientos, olas,
intentos de llegar hasta el centro ardiente de la tierra
de una forma total, como en un trance,
como un volcán inverso que penetra,
como la causa genital de los ardientes ríos
que cavan hondonadas en el rostro mineral
de la tierra estremecida.
Allí recuerdan los genes otros genes;
otras salivas que pusieron a hervir
a fuerza de pasión
y hoy se ha secado,
ha muerto,
ha caído en los ramales sucios
del tren de la vida que se marcha
dejando atrás desastres y condenas,
cadenas y olores azufrados,
danzas de la memoria
que no puede borrarse.
Por suerte ha empezado a llover
y el rostro del pasado se oscurece
y el rostro del futuro vendra limpio
a la hora de partir,
al tiempo de no ser,
al momento feliz
del último arpegio que danza en la guitarra.

Jorge Arturo Ortiz ©

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