Sencillos navegantes

Cuando cayeron,
Cuando sus bellos cuerpos
Volaron por el cielo
Atados a trozos de metal,
Sus cancerberos pensaron en su fin,
Sin saber que allí comenzaban una historia sin olvido.
En el fondo del mar estaban
Y desde allí
Miraban con infinita paz el cielo.
En cada estrella
Estaba el reflejo de un mundo nuevo,
Todo los sueños de hermandad que en vida tuvieron.
Y los ríos de Chile,
La patria común de esa gesta hermosa,
Acariciaban con sus agua sus heridas,
Y lavaban la sangre de sus cuerpos maltratados.
Allí fueron niños nuevamente,
Allí jugaron con las piedrecillas y los curiosos peces.
Allí se transformaron en bellos navegantes
Y llegaron al inmenso mar
En busca de un destino pleno de libertad,
Esa libertad que soñaron junto al hogar prendido.
Los buscaron tanto
En medio de esos rostros fríos,
En esas oficinas mentirosas
Y ya jamás volvieron.
Les lloraron, mucho les lloraron,
Y clamaron sus nombres en medio de la soledad desnuda.
Pero la lluvia fría calló
Quizá porque sabía de terribles dolores,
Quizá porque habían indicios de maldad entre barrotes.
Pero el tiempo,
El sabio anciano,
El inocente niño que pregunta, certero,
Descubrió la verdad
Y, aunque jamás volvieron de su viaje,
Un día fueron acunados por el amor de aquellos besos
Que no olvidaron nunca,
Aún en con el paso de todos los inviernos,
Aún con los cantos de sirena
Que llamaron a todos a lavar de amor los corazones.
Hoy sabemos más de aquellos sencillos navegantes:
Sabemos de su muerte cruel,
Sabemos de la crueldad de quienes
Les inflingieron castigos indecibles,
Sabemos del que mandó a matar,
Y sabemos que, finalmente, jamás pudieron
Vencer la maravillosa vida
Ni el alto amor que la sustenta.


Jorge Arturo Ortiz©

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